Hacen falta plumas... para volar

Por: Adriana Carrillo 


Una de mis mejores amigas es también una de las plumas más atractivas que hay en esta ciudad donde nací, pero hace mucho se hartó de la redacción y ha optado por otras cosas, incluso, algunas más administrativas. Estudia comunicación social y periodismo, pero si hay algo que tiene claro es que no va a dedicar su vida a la escritura. 


Gastón, mi amigo uruguayo, no ha escrito nunca ni un diario, y con esto me refiero a que no ha llevado una escritura constante motivada por el placer. De seguro sus redacciones no pasaron más allá de los trabajos de universidad. Sin embargo, espontáneamente, vive contándome historias, sumándoles los datos más intrigantes, paradójicos y detonantes del placer de su lectura.


Estos dos ejemplos, me hacen pensar en una cosa: la gente que escribe no es aquella que mejor sabe hacerlo. Cuando llegué a la ciudad, leí algunos textos escritos por contemporáneos. Uno, en particular, me hizo sentir que la falta de cultura intelectual es un mal generalizado, por lo menos en Barranquilla. Sentí, al leer, un discurso latente que me decía que no importa qué se diga o cómo se diga. No hay intenciones de sumarle a lo que se escribe ninguna carga de información minuciosa o algo de reflexión profunda. Los textos se limitan a especular y divagar. Ni hablar de la cantidad de imprecisiones. Y esa es la única gente que escribe o coordina revistas en la ciudad.


Ahora, esas publicaciones pobres en contenido hacen bien en existir. El problema es que otras de mayor rigor se queden como proyectos sobre la mesa. En letras regadas por todos lados. Y lo digo como autocrítica. Evidentemente, la generación que se ha dedicado durante años a hacer cosas importantes en la ciudad está emigrando hacia otros ámbitos, abriendo nuevos ciclos personales que, por supuesto, merecen. Y nosotros, las nuevas generaciones, tenemos ahora otros compromisos que no podemos (debemos) evadir. 

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