Más verdadero que lo verdadero: el simulacro

Por: Xëh Reyes


El cine es como la vida pero sin las partes aburridas, dijo alguno, alguna vez. El cine aún contiene la ilusión y la fantasía que el mundo real ya ha dejado atrás, para dar paso a un mundo obsceno, un mundo donde no hay ya nada que descubrir. Sólo basta caminar un viernes por la noche por la calle más transitada de la propia ciudad para darse cuenta de que en las miradas de la gente sólo hay un gran vacío, un vacío proveniente de un humano al que le han sido arrebatados sus sueños e ilusiones, la magia y la esperanza. Han sido reemplezados ahora por asuntos meramente materiales que jamás llegarán a suplir ese gran agujero que deja la falta de creatividad. Creatividad para soñar con otras dimensiones espaciales o temporales. Fantasía para creer que cada simple objeto que vemos puede ser una y mil cosas a la vez. Ilusión para llenar una vida fatalmente aburrida. Basta con observar sus ojos maravillados con los diamantes y las joyas, los zapatos o los autos, aquel buen culo que se aleja, o el último celular del mercado, para saber que todo esta allí, al alcance de todos, a tal proximidad de nuestras vidas, que no hay un minúsculo espacio para la especulación y el deseo. La vida es tan real en estos últimos tiempos, que los nuevos inventores gastan su tiempo en descubrir como recrearla. La vida real es hoy el último recoveco donde queremos estar, preferimos flotar en el cyberespacio, en los videojuegos, en la virtualidad, en el simulacro. Lo interesante del caso, es que el simulacro, es aún mas verdadero. La realidad se desdibuja con cada segundo que pasa. El simulacro esta ahí, ha sido creado, es real.

En la vida real el secreto ha sido erradicado, la seducción se reduce a un salón de strip tease, y el sexo a la necesidad del porno. Es una película dañada por el exceso de luz. Luz cegadora. Lumière. Hace ya mas de un siglo dos hermanos empezaron a jugar con la luz y la imagen en movimiento, su fantasía devoradora les llevaba a recrear la vida, dando vida al invento que revolucionaría la forma de vernos a nosotros mismos. Ya el teatro había cobrado un largo camino, pero el cine, dio a la humanidad un espectro de miles de cientos de posibilidades para presentarnos ante nosotros. Jugar a ser otro. Jugar a vivir una mejor vida, llena de aventuras, bellezas, diversiones, llantos y nostalgias, alegrias y heroes. Correr los riesgos que nadie se atreve a vivir, sufrir sabiendo que sólo es una película, y que después de unos minutos volveremos a la vida segura, la vida aburrida, la vida de siempre. El cine que es aquello que no podremos ser, el simulacro máximo de la vida humana, es sin duda, una ventana a esa fantasía que hemos perdido, supongo incluso que por eso mismo muchos se quejan del destino mortal del arte, puesto que entre más avanza el tiempo, menos ilusión 
hay, y entre menos ilusión, menos arte. O menos arte de calidad, ese que nos despierta aquel último sentido que la sociedad actual pretende destruir; la seducción.

Viviendo en un realidad tan vacía, justo en esta época de la historia de la humanidad, donde cada humano ha dejado de serlo para ser una pieza de un juego absurdo y sin sentido, donde el humano debe cargar siempre puesta una máscara, un personaje, para poder ser alguien. Tomarse un rol de vida, ser en él mismo una mentira. Yo me quedo con el cine. Vivir en el simulacro que al menos es real, que nos brinda emociones reales, y está lleno de héroes reales, no como las falsedades de la “realidad”. Nos permite vivir la ilusión, entrar en juegos de fantasía, alejarnos de la obcenidad, para descubrirnos como seres curiosos, llenos de secretos, de vida.

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