Por: Xeh Reyes
Pintura: Jen Hess. |
Suena un
mambo de los “Blancos de Maracaibo” Juana se para como un resorte de la
mecedora en la terraza de la casa y saca a bailar a Arturo el vecino, el esposo
de su comadre Magola, quien está barriendo con un rastrillo las hojas secas de
“José”, del palito e’ mango de su propia casa y del palo de Ángela, el más
viejo de la cuadra y el de los mangos más apetecidos. Rafaela la vieja de la
otra acera mira el baile con ojos maliciosos, como si no supiera que Arturo,
Magola y Juana son amigos desde niños, y que Arturo nunca podría mirar con ojos
pasionales a Juana. En esas Magola aparece, suelta una risa burlona al ver el ‘tumbao’
de su marido e invita a Juana a su casa, la lleva hasta el patio de arena donde
dos enormes árboles brindan una fresca sombra. En el ambiente, un olor conocido
acompañado de un fuerte fogaje. En el medio del amplio recinto, la olla de la
mamá de Arturo; la famosa olla: “La olla”. Se la regalaron a la mamá de Arturo
cuando se casó, y desde allí ha acompañado los sancochos de 13 bautizos, 7
quinceañeros, 58 años nuevos y navidades, 9 matrimonios, y un incontable número
de cumpleaños. La olla es ya patrimonio de la cuadra, incluso a veces llegan
vecinos de barrios más alejados a pedir prestada la olla para las reuniones
familiares. De esa olla ha comido, literalmente, todo el pueblo. Sobre brasas
ardientes Magola prepara dulce de mango, dulce del que todavía quedarán restos
dentro de un par de meses, porque si algo tiene la olla es que cocina como para un batallón y sale
comida incluso cuando uno creería que ya se ha terminado. “Cómo te parece que
todavía queda dulce” dirá Magola tres meses después.
Mientras
Juana y Magola revuelven con paciencia el dulce, aparece Arturo con un saco
lleno de mangos que recogió del patio de Indira, su madrina, manguito chancleta
bien maduro, casi putrefacto, pero comestible aún. “Anda! Qué poco ‘e mango”
exclama Juana. “Si ya estaban comenzando a oler” responde Arturo. “Lástima que
no me guste el mango así de maduro” dice Juana. Magola la respalda con un
gesto. “Sí, en este punto está bueno es pa’l loro” continúa Arturo. Y es que si
alguien tuviese el gusto por el mango bien maduro, y desayunara mango, y
almorzara y cenara con juguito e’ mango, no podría de todos modos comerlos
todos, porque si una cosa tiene el mango es que cuando cae, cae todito. Eso se
sabe acá en el pueblo, y se aprende a muy temprana edad, cuando los pequeños
desesperados por comerse un manguito verde con sal, arrancan los primeros
frutos del árbol y “pasman el palo”. Después de un buen regaño, al año
siguiente los pequeños no cometen el mismo error y esperan que el árbol avise
cuando es el momento de cosechar. Arturo pone una buena cantidad de mangos
dentro del corralito de los morrocoyos, y otra buena cantidad a los tres loros.
Al perro no, porque no le gusta.
Lucho sabe
que está llegando al pueblo por el olor que emana de él por estos días. Olor a
mango picho. El que se pudre más rápido es el de hilaza, y produce un olor que
cualquiera del pueblo reconocería a leguas. Caminar por el pueblo en temporada
de mango es ir recogiendo del suelo los mangos que todavía están buenos,
comerse uno que otro, aceptar la bolsita llena que la vecina regala para
deshacerse de tanto mango, y sentir una inevitable tristeza al pasar por el
solar de Jorge, donde el mango se pierde. “No hay quien se coma todos estos
mangos” piensa Lucho y sigue su camino. “Las seis de la tarde en emisora
Atlántico” escucha al llegar a casa, cansado va directo al oxidado
refrigerador, lo abre y se sirve juguito de mango bien frío. Inspecciona la
casa en busca de su mujer. En su patio,
el zumbido de los moscos lo sorprende, al parecer se le están pudriendo los
mangos y está llamando mosco. Pero ya es tarde para recoger las frutas
putrefactas, planea despertarse mañana temprano y hacerlo antes de irse al
trabajo. Deja el vaso vacío en el lavaplatos y sale de la casa, sabe que su
mujer debe estar donde la comadre. Entra tranquilo, la casa de al lado también
es su casa, se dirige directamente al patio, allí encuentra a Juana, a Magola y
a Arturo vigilando el dulce.
“Que no
quepan dudas, llegó Mayo, el mes de la M” Dice Lucho a modo de saludo.
“De la
Madre?” pregunta Juana y le da un beso cariñoso en la mejilla.
“No… ¡del
Mango y del Mosco!”, le responde su marido.